lunes, 1 de julio de 2013

Laberinto

El acacio de Constantinopla (albizia julibrissin) tiene una flor rosa dulce. Es como un plumerito con un perfume suave y refinado. Si uno se pasa la flor por la cara siente una caricia.
Iban en una fila que se estaba desarmando. 
Elisa se desvió en la entrada del parque para cortar una flor del acacio. Estaba mojada. Todavía tenía perfume. La caricia estaba empapada.
Había mucha humedad, el cielo era blanco y se venía encima.
Entraron a Parquerama por fin.
No había aire.
Desde los altoparlantes se escuchaba el disco The Game de Queen.
Los juegos, como latas desafinadas se movían sin apuro. Algunos carros bajaban rápido, recuperando la calma al subir las cuestas.
La vuelta al mundo tenía un movimiento silencioso, como si no perteneciera al parque, era lenta, también estaba aplastada por la pesadez del día.
Todavìa recordaba la tarde de ayer en el museo de la escuela.
Marcos le había regalado una mariposa tornasol. La había robado de la vitrina. Estaban demasiado cerca de la boca del cocodrilo embalsamado. El olor a viejo y el frìo parecía que le salía de entre los dientes.
El museo siempre le daba miedo. Alguna vez había entrado sola a buscar un mapa. Había sentido las miradas de todos esos animales tiesos. La mirada hueca del esqueleto. La de los ojos sin color del feto de caballo en formol. Los ojos del cocodrilo, enorme, en el medio, sobre una mesa. Ocupando casi todo el lugar. Todos muertos de pie. Mirándola. Víctimas vengativas del sacrilegio de dejarlos en  postura de vivos.
Marcos le había regalado la mariposa.
Era lo único que le gustaba del museo. La mariposa azul. Nunca habìa visto una mariposa tornasol viva. Trataba de imaginarla volando en alguna selva o bosque.
Seguían caminando.
La de Mardiet decía tomen distancia.
Un olor a humo llegaba también. Era un olor adelantado como atrasado el de las flores del acacio. Las flores son de pleno verano y el humo es de otoño.
Había sentido ese olor a humo hacía unos días. Mucho antes de que cayeran las hojas. Antes de que el abuelo empezara con sus fogatas. Esta vez era Papá el que estaba quemando. 
Mamá dijo: -Elisita, andá a jugar, andá con tu hermanita. Vayan chicas…se van a llenar de humo.
¿Cómo se iban a alejar? Si el fuego y el humo eran lo que más les gustaba. Y tirar ramitas y papeles a la fogata.
Pero ese día mamá las alejaba. Estaban quemando libros, y discos, y papeles. Elisa se paró en seco. Sí, libros, discos y papeles.
Corrían alrededor del fuego. Elisa vio derretirse el disco de Mercedes Sosa homenaje a Violeta Parra. No entendía que quemaran un disco que hasta hacía poco estaban escuchando… Me mandaron una carta… por el correo temprano… en esa carta me dicen que cayó preso mi hermano…
Entre los chicos se destacaba la cabeza de Marcos. Corte casi rapado. El calor quería entrar por el cuello del guardapolvo blanco. Ahogaba un poco. Caminaban despacio y miraban alrededor los juegos casi sin gente. 
Pasaban frente al tren fantasma, Elisa trataba de no mirar al mono gigante Tenìa una mujer muerta en brazos y custodiaba la entrada.
Nunca entraría al tren fantasma. La idea de quedar atrapada por algún problema técnico la paralizaba. Además, el gorila, justo un gorila. Como si se lo hubieran dedicado a ella. Varias noches había soñado que un gorila enorme y furioso estaba en la casa de al lado, la de los italianos. Aparecía entre las plantas de la huerta. También lo había intuido en el zoológico de Buenos Aires. Era un sector enorme y descampado, sin pasto y con grandes jaulas vacías. Sólo se escuchaban unos aullidos y sus ecos. Ruidos entre humanos y animales, ¿qué había ahí atrás? Ahora ya casi no pensaba en los monos.
Pero prefería no mirar la puerta del tren fantasma.
Se acercaban de a poco al vapor del Mississipi. Ahí sí iba a entrar. Se pusieron en fila para hacer la cola en la boletería.
Los zapatos negros y las medias azules la apresaban. Hubiera querido entrar descalza al barco. Sentir como hubiera sentido Huck Finn, con Marcos al lado. Pero Marcos se estaba yendo.
-Marcos- Se animó a preguntar- ¿No vas a ir al barco?
-No, me voy al tren fantasma con María Marta y Pino.
(María Marta no le tenía miedo a nada. Le encantaban todos los juegos y se reía de Elisa porque no se animaba)
-¿Dale, venis?
Intentó tragar saliva, no le pasaba por la garganta
- Bueno
- Yo me siento al lado tuyo así no tenés miedo vos.
Marcos se iba a sentar a su lado en el tren fantasma.
Ya estaban por entrar
-Elisa, estás pálida, ¿Seguro querés entrar? La de Mardiet tenía la cara preocupada.
Un nudo que le aprieta la garganta y termina en el estómago le afloja las piernas. Trata de pensar en otra cosa.
Y Lo peor: a sucabeza viene la charla de mamà.
El sábado a la noche, cumpleaños de papá. Los chicos ya se habían dormido. Ella se hacía la dormida pero escuchó la conversación de mamá y Nora.
Venía de a ráfagas entre los sonidos de La Trompeta Virtuosa.
ir a sacar a su hijo de entre  una pila de cadáveres  
hermana de uno de los tres más capos.
fue el privilegio que tuvo por ser la hermana de Aristi.
enterrarlo…
hijo ya estaba perdido.
si fuera tu hijo.
Es que a Pablo nunca le interesarían esas cosas, a él no lo sacás del fútbol, los autos y las motos.
No sé. quemé todo lo que pudiera ser peligroso.
susto que nos llevamos
cinco palpándote contra la pared
tengo miedo por las cartas.
¿Qué cartas?
Rafa 
a la cárcel
¿qué necesidad tenías de mandarle cartas?
buen chico .
¿Yo qué sabía que esto iba a ser así?
Seguro  las miraron.
¿Vos crees?
nada comprometedor no pasa nada.
no estás metido no pasa nada.
haber errores.
Los chicos de adelante desaparecieron en la cueva.
Se sentaron en el carrito. Arrancó. Las espaldas golpearon el asiento.
Elisa cerró los ojos. Gritos, ruidos y carcajadas de hombres.
El carro iba rápido y hacía mucho ruido.
Ojos cerrados.
Las telas de araña pasaban por la cabeza y hombros.
Un giro muy brusco y otro más.
El olor del museo le subió a la nariz. Una pila de cadáveres. ¿El mono traería a la hija desde la pila de cadáveres para entregársela a la madre?
No puede soportar pensar eso y abre los ojos.
Ahí está el gorila. Frente a ella.
Grita.
Marcos la abraza.
Ya está, no pasa nada.
Además, la de Mardiet lo dijo: Gracias a las Fuerzas Armadas los chicos y los grandes podemos vivir sin miedo.

Diseños verdosos

Salí de la oficina  a las cuatro de las tarde. El día  ya estaba usado, sancochado, a las ocho  había llegado con el aire puro que se  había empezado a ensuciar desde el momento en que entré al palacio municipal ¿Cómo recomponer el día?
La plaza que había sido nueva y fresca a la mañana, a esa hora ya era de otros.
Cruzaba la calle para tratar de que el sol me diera en la cara y ayudara a desembotar la cabeza y todo el cuerpo. Y lo vi.
Ya lo había visto hacía como un año, ahora ya no era tan flaco pero tenía los mismos ojos grandes y amarillos con tintes verdes, los mismos ojos que nunca cambiaron desde allá, desde la  quinta de la Hostería en ese verano tan lejos.

Volvíamos a casa temprano, como a las seis y media porque mi mamá quería ver La Señora Ordóñez, una novela con la que extrañamente se había enganchado y que daban a las siete.
Noblex rojo blanco y negro con antena. Los dos ventanales abiertos. Yo regaba las zinias del cantero mientras se escuchaba la novela adentro.
Los ojos amarillos cerrados con las pestañas empapadas saliendo del agua ¡Marco! ¡Polo!
Te vas porque yo quiero que te vayas… a la hora que yo quiero te detengo… el leit motiv de la novela la tiene loca a mi mamá, ella reflotó esos boleros que me revuelven el estómago, ya sé que a ella le recuerdan su adolescencia en los sesenta pero yo no quiero acordarme de tu cara y tus ojos con esa música de fondo, así que cierro la canilla y me voy al sauce de atrás con el libro de San Francisco de Asís.
El párrafo se va y vuelve, el cristo de San Damiano le habla a Francisco: véte y repara mi iglesia, una hoja de sauce se posa en el libro. Es de un verde muy claro.
Aparece ya tu cara completa, tu pelo y  tu cuerpo, y todo el alrededor: una quinta llena de gente, los grandes, sentados junto a la pileta, inamovibles, (nos acercamos a darles un beso y nunca más), los chicos son muchos, muchos primos, andan solos por todos lados y juegan en el agua.
Y vos estás ahí, callado, alegre, el cuerpo flaco y el pelo enrulado rubio, como los ojos: rubio verdosos. No sos un querubín, tenés catorce años y vas a la escuela industrial, sos el más grande de todos y el más aplomado y duro, estás un poco más allá, pero los juegos son los mismos y la sonrisa y la amabilidad te acercan, me acercan.
La mirada turbia por el cloro forma un arco iris de colores aguachentos, y los chicos borroneados van a la mesa de abajo de la pérgola donde comemos parados y vos te peleás con tus hermanos por las facturas que están contadas.
En la penumbra de la casa colonial nos chocamos camino al baño y me tocás el hombro, amistoso.
El cañaveral, un techo verde y hojas en el piso, la choza que armaron, llevamos el nesquick y las masitas para allá los más grandes, los de diez para arriba… los chiquitos nos andan buscando, vos y tu short escocés y las piernas largas y huesudas, estás pelando una caña con un cuchillo. Tu hermano se mete una rana en la boca y deja una pata afuera a modo de lengua reptil. Todos nos reímos y vos también pero seguís mirando el trabajo de la caña.
Hoy me tocaste el hombro, siento el toque y la mirada, sí ya sé… no es de amor, ¿y como sé como es una mirada de amor? No sé. Puede ser.
Francisco, véte y repara mi iglesia que se está cayendo en ruinas, le dijo el crucifijo a Francisco.
Ya las letras se ven poco, empiezan a sonar los grillos y se acerca el chorro de la manguera con mamá. Parece que terminó la novela.
La espalda contra la humedad del pasto y veo toda mi vida futura, toda mi vida entera en esa calma de Francisco, fundiéndome con la gente y  la tierra y el agua. Pero con vos, con tu sonrisa quieta y los ojos amarillos.
En la cama. La ventana está abierta y sólo se ve lo negro a través de las persianas, mi hermanita me pide que estire la mano y se la dé porque tiene miedo, yo también tengo miedo, de que empiecen las clases, de que termine ese verano.
Ya es febrero y carnaval. Las calles de tierra del mediodía levantan una capa que aplaca la estridencia de los turquesas y fucsias de los shorts y las remeras.
La camioneta está bien cargada de globitos de agua y las del campamento vamos de recorrida  por las calles buscando la cuadra donde están jugando los demás chicos.
Por allá se ven, está tu hermano pero vos no estás. Sólo los chicos que todas las chicas quieren ver, vos no estás, no sos de los chicos que las chicas quieren ver, no te andás mostrando. -
El hermano Maseo quedó lleno de tanta gracia de la tan deseada virtud de la humildad y de tanta luz de Dios, que desde entonces aparecía siempre lleno de júbilo; y muchas veces, cuando estaba en oración, dejaba escapar un arrullo gozoso semejante al de la paloma: «uh, uh, uh», y con el rostro alegre y el corazón rebosante de gozo permanecía así en contemplación. Así y todo, habiendo llegado a ser humildísimo, se reputaba el último de todos los hombres del mundo.
Yo quiero ser humilde toda la vida y confundirme con la tierra y no aspirar a ningún bien material, pero me tengo que mostrar para que me veas, esto que soy ahora, esta  soy yo, pero no me mirás, vos no me mirás. Seguro que el domingo, después de misa  te veo, mamá me deja ir un rato al centro.
A través del sauce mamá pasa con ropa para tender.
-Hay un pantalón re lindo All Stars en Manzanitas, mami, ¿lo puedo comprar?
-Debe ser caro
-Y sí, pero me compro eso y nada más
-Bueno pero pensá que con esa plata te podrías comprar tres prendas y sólo te va a alcanzar para una. 
-No importa, prefiero el pantalón solo.

Las piedritas rojas de la plaza manchan las chatitas blancas y el pantalón hace bailar las frutillas rojas de su estampado.
Ya me encontré con las chicas y ahora vamos a tomar un helado a lo de Cachumba. Entre todos los chicos amontonados busco y te busco, no estás… hasta que veo que María Marta mira por sobre mi hombro y luego a mí con una sombra de inquietud que me hace latir rápido el cuerpo.
Ahí estás, pero algo pasa.
Me doy vuelta y aparece el sobresalto, la sangre agolpada toda junta en algún lugar indefinible.
Estás con una chica, de la mano vienen, no puedo describir la imagen, pero define lo que es, estás con una chica.
Un instinto de conservación me ayuda a componerme y vuelvo a  la charla.
Esa noche me voy a la cama de mamá y papá llorando porque no puedo dormir, y  llega ese sosiego, ese consuelo eterno, suave, único del nido.
Mamá diciéndome:
-Mañana van a estar hablando de otros chicos, vas a ver que se te pasa toda esta angustia. Siempre estas cosas a tu edad duelen un ratito y después pasan.
Era verdad, pasó rapidísimo el dolor.
Pero todo lo demás quedó en algún lugar difícil de encontrar o descifrar. Y es muy leve y a la vez hondo, como un estanque de agua con verdín abajo que emite diseños verdosos, marrones y amarillos como sus ojos, todo lo demás quedó claro y nítido como un cuento y a la vez difuminado como los chicos detrás de la mirada de agua con cloro de la pileta.

Allá era sábado


 
A Martine Toé, que me ilumina con su recuerdo


Tenían la piel oscura, tirando al negro o al amarillo, algunas eran muy altas, otras más bajas, las  más bajas eran las de la Polinesia, y llevaban el pelo negro trenzado hasta la cintura y conjuntos de tops y faldas de telas coloridas de flores.
Las más altas son de África, de las colonias francesas, había dicho mi mamá.
Las de África usaban pañuelos como turbantes en la cabeza y de la misma tela unas túnicas ceñidas al cuerpo, que insinuaban tremendas mujeres negras. Ahora esos trajes típicos se han tranquilizado y se han vuelto más monacales, siempre étnicos.
Luján se había engalanado con estas pobladoras exóticas, que en grupos caminaban a la iglesia para misa de siete o andaban en un auto familiar azul.
Había algunas que eran blancas, muy rubias, pero esas se vestían como una novicia típica, como las de acá. Grises y azules marinos con zapatos bajos, y eran señoras mayores, de más de 50 años.
L’eau Vive, se llamaba el restaurant.
Es una congregación de monjas francesas, tienen restaurantes en todo el mundo, había dicho mi mamá. Pero qué raro esto de que tengan restaurantes ¿no? Ellas dicen que hacen el apostolado de la mesa, pero viste lo que cobran? ¿Adónde va esa plata? Andan bastante  desnudas para ser monjas, decía la gente.
- Anoche fuimos a cenar a Aguas Vivas con las chicas - dijo mi tía Ángela - La gente va  a comer para mirarlas y darse corte, porque es caro ¿viste? nunca falta algún tipo desubicado que les dice algo…como Cacho Ventimiglia, que ya te conté, pobres mujeres, me las imagino llegadas de esas tribus medio salvajes
El olor de los productos de la peluquería era intenso y me hacía estornudar, mi tía también tenía un turbante, pero de plástico y chapa plateada, era el secador. Ella hablaba  a los gritos debajo de eso, yo nunca me pondría debajo de eso cuando fuera grande, te convertías en una monstrua, como mi tía.
-¿Viste que una de las negras tiene unas cicatrices en la cara como quemaduras?Gritó mi tía.
Yo miraba a mi muñeca negra, ella tenía la piel perfecta, sin cicatrices, y su vestido no era como el de esas negras, era un vestido de nena con volado rojo con lunares. Es una negra candombera, había dicho mi abuela. La peluquera me había puesto los frasquitos de vidrio chiquitos con sombrerito en una bolsa para que no se rompieran, yo los apretaba y hacían ruido.
-Ángela, esas cicatrices son marcas rituales que les hicieron en las tribus donde nacieron, dijo mi mamá.
-O sea que tenían otra religión antes, entendió mi tía
-Claro, seguro que eso se lo hacen como bautismo, o cuando se desarrollan, a mí me encanta la que tiene las marcas en la cara, viste que alta que es?  Es hermosa.
Mi mamá le hablaba como si le enseñara las cosas, como si fuera una nena mi tía, pero mi tía era más grande, y soltera.
-Bueno, hermosa como decir hermosa… lo que sí tiene unos pechos… grandes ¿viste? Pero no se le caen, bien dura, la negra.
-¿Y qué comieron?
-Pollo al champignon, riquísimo, un plato bien francés ¿viste? Porque ellas son francesas y si vas a un restaurant francés te sirven comida de allá.
Mi mamá le había dicho a papá que la tía iba siempre con las amigas a L’eau Vive y que él la había llevado sólo una vez y que la tía le decía Aguas Vivas, que no tenía nada que ver con el nombre, porque esa palabra quiere decir “El agua viva” y viene de la biblia porque Jesús dijo que él era el agua viva, y que a la gente de Luján se le ocurre decir Aguas Vivas y que muchos comen pollo al champignon porque no se animan a probar otros platos que son deliciosos   porque no saben comer.
Mi mamá estaba feliz, yo también. Era sábado y el sábado era un día feliz, todo lo que hiciéramos un sábado era feliz.
Mientras ellas hablaban yo disimuladamente miraba una revista Nocturno que me había prestado mamá, que tenía unas fotonovelas en blanco y negro donde había fotos de besos. Mi muñeca negra estaba acostada al lado, en otra silla.
De pronto aparecen en una página Romeo y Julieta caminando de la mano por una calle de piedra, pero él está vestido como de ahora y ella con un vestidito mini, el pelo lo tiene igual que en el balcón, suelto y largo.
Mamá tenía un álbum con fotos de la película Romeo Y Julieta. Julieta era hermosa, tenía los ojos verdes y el pelo bien lacio y brillante y largo. La abuela me prometió que me iba a hacer una peluca de pelo bien largo. Julieta tenía un vestido que le levantaba las tetas que se le salían bastante del vestido, Romeo usaba siempre calzas y se le notaban mucho las bolas, a mí me molestaba mirar esa parte, porque no le quedaba bien, mamá me había dicho que en la época medieval se usaban las calzas pero a mí me alivió verlo en esa foto con pantalones anchos y una chaqueta con una polera, era más varón.
El baño es una nube de vapor. Mi cabeza mojada se sacude con la toalla y las manos de mamá. La muñeca negra está al lado, el vestidito se le humedeció  un poco. No la baño conmigo porque se le arruinan las trenzas, es la muñeca más linda que tengo, la quiero porque es negra, aunque no tiene nombre. Es mi muñeca negra.
Llueve afuera del auto de la tía Ángela camino a la iglesia. Mamá dijo que después íbamos a comprar comida hecha. Y si después de comer miran una película de Función Privada la felicidad del sábado es completa.
Llegamos a misa de ocho en  la Iglesia grande. Hay pocas luces y la voz del cura suena con un eco. Hay un olor que me dijo la abuela que es de velas. Está Mariano. Están las negras también. Todas con vestidos largos y cantan muy serias, ellas cantan muy bien, porque son monjas
-¿Mamá. Me puedo ir a sentar al lado de las negras?
- Andá.
Pero Mariano viene corriendo y me dice que vayamos a jugar a la casita.
-No vayan a hacer ruido.
La casita es un confesionario muy chiquito, que dice mamá que le resulta incómodo a los curas y por eso no lo usan.
Entramos y yo siento a la muñeca negra al lado mío.
Cerramos la puerta y miramos para afuera a través de los agujeritos.
Más allá, la gente hace cola para tomar la comunión.
Las negras están todas juntas y yo salgo de la casita y me voy corriendo a parar al lado para verlas de cerca cuando comulgan. La negra que está al lado mío tiene el vestido dorado, como el de una virgen que está por allá atrás y que lllora.
El cura estira el brazo y le da una comunión hermosa, blanca y redonda a la negra. Ella abre bien grande la boca y estira la lengua y la cierra. Debe ser rica la comunión.
Vuelvo caminando despacito a su lado y me arrodillo con ella en los bancos.
Cuando se para yo me paro también, me mira y se ríe y me acaricia el pelo. Me acerca al costado de su pierna  y deja la mano en mi hombro.
Mariano está al lado mío. Le digo al oído
-¿Y la muñeca?
No la tiene.
Voy corriendo a la casita.
No está.
El cuerpo se me dobla de dolor. Voy a buscar a mamá.
Me abraza.
La robaron. Hay tanta gente que entra a esta iglesia. Gente que no es de acá. ¿Por qué la dejaste sola? ¿Ahora qué hago? Llorar.
La cama está fría.
Vete a tu lecho frío y caliéntate dice mi papá. Siempre dice eso. La cara me arde de llorar. Sol parada en su cuna me mira. Está seria porque no juego con ella. Ahora está sentada, habla sola y juega con sus chiches. Mamá se sienta en la cama y me canta una canción de Romeo y Julieta. Me voy aflojando. Miro el fuego de la estufa. Hace un ruidito lindo. De a poco va apareciendo el vestido rojo de Julieta que baila palma con palma con Romeo y después una negra que me abraza y me lleva al baile con ellos.

jueves, 21 de febrero de 2013

La luz de estos días




"...todo lo que después me ha sucedido me ha hecho daño. Pero cuando alguna vez encuentro la llave y desciendo a mi mismo, allí donde, en un oscuro espejo, dormitan las imágenes del destino, me basta inclinarme sobre su negra superficie para ver en él mi propia imagen, semejante ya en un todo a él, mi amigo y mi guía… H Hesse

Para vos, Sol.


Es la luz de estos días, en abril, cuando aún hace calor, en Semana Santa. Todo vuelve sin querer.
Busco y encuentro esa luz cada año.
Para celebrar que la encuentro me pongo a hacer cosas que vengo repitiendo desde la niñez, como un ritual de la memoria.
El abuelo y yo vamos caminando por la Basílica.
A veces salimos a pasear para que no se quede varado por la viudez y los problemas cardíacos y los años.
El olor de las velas y la penumbra de la iglesia grande, el eco del cura que habla sin sentido. Esa oscuridad helada  forma parte de la luz de esos días.
Los arcos oscuros del ábside avanzan a nuestro paso. Nos metemos en cada “capilla” donde hay un altarcito con un santo distinto y un cuadro con su estación.
Tercera estación. Jesús cae por primera vez.
Atrás, un grupo de mujeres
Adorámoste Cristo y te bendecimos
Y una sola:
Que por tu santa Cruz redimiste al mundo.
El pasillo circular me marea, que termine pronto.
Nos detenemos frente a un vitral.
Es un San Jorge en su caballo blanco matando a un dragón con fauces demasiado rojas.
- Ése es un caballo árabe, nena, mirá las patas, mirá la cabeza con el cuello largo.
Me cuesta mirarlo, me duelen los ojos por el resplandor. Miro la cara del abuelo. El animal se le queda en los ojos. Es el luminoso ícono de una sucesión de caballos a lo largo de su vida. Un símbolo de libertad. De su naturaleza centáurea de hombre de campo a pesar de los frigoríficos y de las fábricas.
Salimos de la iglesia. Miramos para arriba.
-Está más linda la iglesia che, qué trabajo hicieron.
-Sí, abue, hermosa. Tiene el color de la piedra verdadero ahora que la limpiaron. 
No tiene sentido que yo le diga que me gustaba más antes, con el color gris oscuro y triste. Que para mí la basílica tiene que ser así. Que no me interesa que la tendencia actual en restauración sea rehacer la obra para que se parezca a lo que fue.
Caminamos despacio, llegamos al cabildo sin darnos cuenta. El edificio ha sido blanqueado, está nuevito también.
Entramos al patio y desde la sala calabozo viene frío y olor a humedad. Al fin algo antiguo. Ese olor que desata el recorrido en el tiempo venciendo a las veredas soleadas y a las rejas con jazmines. El olor del agua del río Luján prendido a las maderas y metido en los ladrillos. Ese olor se agarra del hombre de cera acostado en el cepo en la oscuridad y me lleva a sentir el miedo. Igual al de mis seis años. 
Antes era peor, al atravesar la primera arcada, si uno miraba a la izquierda se topaba con un gaucho colgado, anticipando ese calabozo del que nadie saldría.


El abuelo notó la ausencia del colgado.
-Solcito ¿Te acordás del preso colgado que estaba acá?
-Sí abue, mejor que no esté más, así no asusta a los chicos.
-Sí, pobres criaturitas, salían disparando cuando lo veían.
Empezamos el recorrido por las salas.
-Nena, vamo a ver al Manco Pá. Me acuerdo… qué linda la pieza del Manco Pá. Ahí estuvo preso. La señora también estuvo presa con él, tuvo el hijo preso. Allá arriba está,  está todo: el catre, las sillas, la ropa, todo, hasta la cuna del hijo está.
-Ya vamos, abue, ahora subimos, esperá que miramos las salas de abajo.
Las salas están todas cambiadas, parece que al museo también llegó la moda. Ahora hay vitrinas prolijas con uno o dos objetos bien descriptos en carteles con tipografía clara. Parece que se terminó el tradicional amontonamiento.También las viejas puestas en escena con muñecos de cera han desaparecido.
Las caras eran pálidas, cadavéricas y el pelo muerto y revuelto sobre las cabezas. Los ojos eran de vidrio, huecos y fascinantes. Habitaban todo el museo, disfrazados de presos, militares y mujeres encumbradas. Algunos tomaban las facciones de próceres y las recreaban anticipando la muerte en el rictus, la palidez y el pelo. Se apoyaban en los muebles inclinándose en una diagonal rígida.  
De esa multitud de personajes de cera que habitaba el museo y nos metía en un trance de encantamiento sólo quedaba la negrita de la época de Rosas cebándole mate a una dama.
Descubrimos una nueva sala.
En esta sala están las cosas de los caudillos, hay un sector de unitarios y federales, y detrás de un vidrio, el poncho de José María Paz, el mismo Manco Paz. Trato de pasar rápido por ahí para que el abuelo no lo vea. Se me despierta la peor sospecha: la sala del Manco ha sido desmantelada.
-No están más los soldados, ¿viste nena? ¿Te acordás de los soldados paraditos uno al lado del otro?… qué lástima… se habrán arruinado los muñecos. Y, son viejos, deben ser de los años cincuenta. ¿Vamo a ver al Manco Pá? Qué hombre ése, ése era un buen hombre, un hombre valiente. La jaulita está allá arriba también. Él hacía unas jaulitas para entretenerse. Estuvo preso mucho tiempo ahí arriba. Pobrecita la mujer, se murió a los treintaitrés años. Ocho hijos tuvo.
Dilato la subida de las escaleras ¿Qué puedo hacer?
-Vamo nena, ya está bien, ya vimo mucho abajo. Me interesa lo de arriba.
Lo miro a Maza en claroscuro en un óleo gigante y con la muerte inmediata atrás. Parece querer decirme que no suba. Un frío me cruza la espalda.
-Che abuelo, ¿Estará abierto allá arriba? Pareciera que no. Están arreglando las salas.
-Y bueno, vamo a ver.
-Vamos a ver un rato los patios, abuelo, hace frío adentro.
-¡Pero si está acá nomás la sala!
No nos queda otra que subir.
-¡Mirá abuelo que linda escalera! ¡Cómo se ve el aljibe desde arriba, y las torres de la iglesia!
El abuelo no me escucha, va adelante mío. Sube rápido. Le puedo sentir los latidos del corazón.
La sala de los cabildantes tiene unos muñecos con peluca blanca. Doblamos a la derecha. Frenamos de golpe.
Nos encontramos con una arcada y un enorme cuadro de la primera junta, unas pinturas en la pared y dos vitrinas.
Mi abuelo no puede hablar, está mudo.
La cara se le pone colorada. Los ojos chinos se agrandan y su azul se eyecta con furia. Me dice en voz  baja:
-Vamo, nena.
-¿Querés que busquemos las cosas del Manco Paz? Algunas deben estar acomodadas por otro lado. Podemos ir también a la sala del gaucho, que nos falta recorrer…
El abuelo mueve la cabeza mirando al piso y negando muchas veces.
-No vé, no te digo yo…
El color rojo se va yendo de la cara, se pasa un dedo por un ojo.
-Vamo, Solcito.
Volvemos a la calle empedrada. La luz de estos días aparece. Me saca un poco del ahogo ciego.
No puedo decirle nada, que no hay explicación, que no hay consuelo.
Viene un aire  perfumado y dulce, suena una cumbia.
El abuelo mete la mano pecosa en el bolsillo. Saca diez pesos.
-Nena, ¿queré comprar garrapiñada?



miércoles, 6 de febrero de 2013

Para Sarita


                         Ahí está, sentada en su silloncito de mimbre, parece un sapo con pelo de Mafalda, con zapatitos de nena pero cara de grande, chiquitita, aplastada en su asiento con las piernas colgando. Cada vez que paso por la esquina desde la ventanilla del colectivo doy vuelta la cara si veo que está, que la silueta se recorta contra la pared de ladrillos de su casa vieja.
Ya casi no voy a los cumpleaños en casa de los Barzone, va a estar ella. Siento algo espantoso cuando la veo, cuando Los veo; no es miedo, yo lo llamo impresión, o mamá lo llama así, me da bronca cuando dicen que Les tengo miedo, sé que no me van a hacer nada, sólo no quiero su existencia, nada que tenga que ver con Ellos. No los nombro ni los puedo ver escritos.
La noche del domingo le pedí a mamá que me prestara un libro de un pintor que se llama Velázquez, bueno, había Uno en una lámina, le vi la cara, el cuerpo no se veía. Ella me dijo que no, que no era, pero yo sé que es.
Otras veces me pasa que aparecen de golpe, en las calles del centro, o en la puerta de la escuela, cuando menos me lo imagino, para darme en la mano un billete falso de cien pesos que es la entrada a un circo. Se quedan con el brazo extendido y yo no puedo mirarlos y me voy caminando rápido, aturdida y con el corazón galopando.
Un día fui al kiosco a comprar una revista de historietas, me compré Los Picapiedras, bueno, a cada rato Pedro le decía Eso a Pablo, tuve que tachar cada vez que le decía Eso. Si no lo hacía iba a quedar en la repisa, ahí, iba a estar ahí entre los libros, agazapado. Como el nombre de ella: Sarita.
Tengo un libro que se llama Mi Museo Maravilloso, hay un hombre en la parte de los retratos. Le digo a mamá que ese hombre tiene cara de Eso y mi mamá ya está cansada y no sabe como ayudarme. Entonces decide llevarme a lo de Hugo. Hugo es el psicólogo.
Espero en el recibidor mirando una revista que me llevo desde casa. Hugo me hace entrar en una habitación con muebles lindos, sillones marrones suavecitos, una alfombra y una biblioteca, también tiene un escritorio y nos sentamos a charlar ahí.
Voy una vez por semana, a veces dibujo, a veces miramos un cuento o yo juego sola  con los animales y muñequitos.
Tiene en la Biblioteca toda la colección de los libros de María Pascual, cómo me gustaría tenerlos a todos en mi casa, hay unas princesas y sirenas tan lindas, nunca vi caras tan hermosas. Me da vergüenza pero de a poco me voy animando a pedirle alguno para mirar. Él me ofrece prestármelos, que los tenga una semana y se los devuelvo la próxima. Eso me hace feliz.
Como me haría feliz el olor de la revista nueva que compro en el quiosco de la esquina, el de la leña quemándose al lado de mi cama, como me harían feliz las hojas secas que aplasto con mis botitas nuevas Kickers, si no estuviera eso, siempre ahí, siempre presente para aparecer.
Mamá me insiste para que vaya al bautismo del nene de Barzone, me dice que Sarita se va a dar cuenta de que no voy porque le tengo miedo y que ella quiere tanto a los niños…se pondría triste si se diera cuenta, aunque seguro que ya se dio cuenta por mi cara y porque nunca estoy en la misma habitación donde ella está; mamá no se imagina cómo sufro por eso, por la bondad, por la inocencia encerrada en ese estuche horrible, y agrega -inútil consuelo- ella ya está grande, pobrecita, pronto se va a morir, seguro, no tiene muy buena salud, (pobre mamá, no sabe que me está matando al decirme que la única forma de liberarme de ella es su muerte, no puedo entender encontrar la paz a partir de la muerte de alguien, es un tormento enorme.
Martes otra vez. Estoy sentada en el sillón marrón y Hugo se me acerca arrodillado, de repente tengo su cara, su nariz respingada y sus anteojos respetables al lado de mi hombro, que me imploran:
-Yo soy un enanito ¿No me vas a querer si soy un enanito?
Me molesta y me avergüenza. Pero lo miro, ahí, abajo, parece un nene con la cara grande, un poco monstruo. No puedo decirle nada, pero me sale un –Y…sí, aunque creo que es mentira, o no sé si es mentira, no sé si es posible amar a lo que más temés.
Sábado. La iglesia me marea si miro tan alto. Voy cruzando la plaza y mirando las muñecas con vestidos de colores y capelinas que nunca me van a comprar, mamá y papá dicen que no son lindas, a mí me encantan, quizás la tía me compre una. En el parque Ameghino ya hay muchos chicos que están pintando en el concurso. Busco a Marga, encuentro la cabeza rubia y el delantal, yo también tengo un delantal para no mancharme,
-¿Qué vas a pintar? -le pregunto.
-Este árbol, me gusta el tronco, ¿vos?-me responde apoyando en el pasto una caja de madera con pinceles y témperas.
Miro para todos lados, pero vuelvo a la estatua de esa mujer gris con una túnica y el pelo recogido detrás de la reja en el patio del museo, está adelante de un árbol con naranjas. Espero que mi dibujo se parezca mucho, que pueda mostrar lo que me pasa cuando miro ese árbol, las naranjas y la estatua.
-Voy a hacer el árbol de naranjas y la mujer ésa-le digo a Marga mientras pienso que sus botanguitas a cuadros azules y blancas son tan lindas como para pintarlas.
La acuarela da unos colores mucho más claritos que la realidad, no me sale como quiero. Se nota el lápiz. No me está gustando.
Miro para arriba,se acerca un grupo de gitanas, los vestidos son de colores muy brillantes, gasas amarillas, rosas, verdes. Son como seis, hay algunas nenitas con vestidos iguales pero chiquitos. Pero hay una que no es una nena…saco la vista y viene el temblor de nuevo, me sube mucho calor, aunque esta vez es un poco más suave. Trato de concentrarme en el dibujo. Para colmo las gitanas nos empiezan a rodear.
Una voz como disco de muñeca me habla por detrás del hombro. Me doy vuelta y veo una cara ancha que mira mi dibujo: estoy temblando pero tengo que responderle: -Perdón, no te escuché-le digo.
-Que está muy lindo el mandarino, dan ganas de comer la fruta-Habla como una española.
Ella tiene ojos verdes y perfume dulce. Su frente es enorme, pero sus ojos son muy brillantes. Por mi cabeza pasa la cara de Hugo ¿No me vas a querer si soy un enanito?
No sé qué hacer. ¿Qué hago? Marga la mira y le dice -¿querés dibujar?
-No, me tengo que ir. ¿Te puedo decir cómo va a ser tu suerte? -Me dice.
-No tenemos plata -le dice Marga mientras pinta una rama de su árbol con mucho cuidado.
-No importa ¿Me das la mano? -me la agarra con cuidado.
Sus ojos miran para abajo y parecen cerrados. Nunca vi un enano tan de cerca, el calor se va yendo, ella sigue hablando y dice la palabra fortuna a cada rato mientras me acaricia la mano abierta hacia arriba. Mi papá vino a buscarme, lo veo por allá lejos.
Volvemos a casa. Tengo el tercer premio del concurso de pintura. Un juego del cerebro mágico.
Sábado a la noche. El piso de lajas enceradas refleja los zapatos de todos los que tienen copas en la mano y bocaditos esa noche en lo de Barzone.
La gente habla fuerte. Van a tocar la guitarra. Todos se acercan a los acordes. Avanzo despacio. Me abro paso entre la gente, con mi hermanita de la mano, Los zapatitos de nena, como los míos, cuelgan de la sillita. Intento pasar con la mirada en el piso, pero al acercarme levanto la vista, la miro y le digo
-Hola.