Ahí está, sentada en su
silloncito de mimbre, parece un sapo con pelo de Mafalda, con zapatitos de nena
pero cara de grande, chiquitita, aplastada en su asiento con las piernas
colgando. Cada vez que paso por la esquina desde la ventanilla del colectivo doy
vuelta la cara si veo que está, que la silueta se recorta contra la pared de
ladrillos de su casa vieja.
Ya casi no voy a los
cumpleaños en casa de los Barzone, va a estar ella. Siento algo espantoso
cuando la veo, cuando Los veo; no es miedo, yo lo llamo impresión, o mamá lo
llama así, me da bronca cuando dicen que Les tengo miedo, sé que no me van a
hacer nada, sólo no quiero su existencia, nada que tenga que ver con Ellos. No
los nombro ni los puedo ver escritos.
La noche del domingo le
pedí a mamá que me prestara un libro de un pintor que se llama Velázquez,
bueno, había Uno en una lámina, le vi la cara, el cuerpo no se veía. Ella me
dijo que no, que no era, pero yo sé que es.
Otras veces me pasa que
aparecen de golpe, en las calles del centro, o en la puerta de la escuela,
cuando menos me lo imagino, para darme en la mano un billete falso de cien
pesos que es la entrada a un circo. Se quedan con el brazo extendido y yo no
puedo mirarlos y me voy caminando rápido, aturdida y con el corazón galopando.
Un día fui al kiosco a
comprar una revista de historietas, me compré Los Picapiedras, bueno, a cada
rato Pedro le decía Eso a Pablo, tuve que tachar cada vez que le decía Eso. Si
no lo hacía iba a quedar en la repisa, ahí, iba a estar ahí entre los libros, agazapado.
Como el nombre de ella: Sarita.
Tengo un libro que se
llama Mi Museo Maravilloso, hay un hombre en la parte de los retratos. Le digo
a mamá que ese hombre tiene cara de Eso y mi mamá ya está cansada y no sabe
como ayudarme. Entonces decide llevarme a lo de Hugo. Hugo es el psicólogo.
Espero en el recibidor
mirando una revista que me llevo desde casa. Hugo me hace entrar en una
habitación con muebles lindos, sillones marrones suavecitos, una alfombra y una
biblioteca, también tiene un escritorio y nos sentamos a charlar ahí.
Voy una vez por semana,
a veces dibujo, a veces miramos un cuento o yo juego sola con los
animales y muñequitos.
Tiene en la Biblioteca toda la
colección de los libros de María Pascual, cómo me gustaría tenerlos a todos en
mi casa, hay unas princesas y sirenas tan lindas, nunca vi caras tan hermosas.
Me da vergüenza pero de a poco me voy animando a pedirle alguno para mirar. Él
me ofrece prestármelos, que los tenga una semana y se los devuelvo la próxima.
Eso me hace feliz.
Como me haría feliz el
olor de la revista nueva que compro en el quiosco de la esquina, el de la leña
quemándose al lado de mi cama, como me harían feliz las hojas secas que aplasto
con mis botitas nuevas Kickers, si no estuviera eso, siempre ahí, siempre
presente para aparecer.
Mamá me insiste para que
vaya al bautismo del nene de Barzone, me dice que Sarita se va a dar cuenta de
que no voy porque le tengo miedo y que ella quiere tanto a los niños…se pondría
triste si se diera cuenta, aunque seguro que ya se dio cuenta por mi cara y
porque nunca estoy en la misma habitación donde ella está; mamá no se imagina
cómo sufro por eso, por la bondad, por la inocencia encerrada en ese estuche
horrible, y agrega -inútil consuelo- ella ya está grande, pobrecita, pronto se
va a morir, seguro, no tiene muy buena salud, (pobre mamá, no sabe que me está
matando al decirme que la única forma de liberarme de ella es su muerte, no
puedo entender encontrar la paz a partir de la muerte de alguien, es un
tormento enorme.
Martes otra vez. Estoy
sentada en el sillón marrón y Hugo se me acerca arrodillado, de repente tengo
su cara, su nariz respingada y sus anteojos respetables al lado de mi hombro,
que me imploran:
-Yo soy un enanito ¿No
me vas a querer si soy un enanito?
Me molesta y me
avergüenza. Pero lo miro, ahí, abajo, parece un nene con la cara grande, un
poco monstruo. No puedo decirle nada, pero me sale un –Y…sí, aunque creo que es
mentira, o no sé si es mentira, no sé si es posible amar a lo que más temés.
Sábado. La iglesia me
marea si miro tan alto. Voy cruzando la plaza y mirando las muñecas con
vestidos de colores y capelinas que nunca me van a comprar, mamá y papá dicen
que no son lindas, a mí me encantan, quizás la tía me compre una. En el parque
Ameghino ya hay muchos chicos que están pintando en el concurso. Busco a Marga,
encuentro la cabeza rubia y el delantal, yo también tengo un delantal para no
mancharme,
-¿Qué vas a pintar? -le
pregunto.
-Este árbol, me gusta el
tronco, ¿vos?-me responde apoyando en el pasto una caja de madera con pinceles
y témperas.
Miro para todos lados,
pero vuelvo a la estatua de esa mujer gris con una túnica y el pelo recogido
detrás de la reja en el patio del museo, está adelante de un árbol con
naranjas. Espero que mi dibujo se parezca mucho, que pueda mostrar lo que me
pasa cuando miro ese árbol, las naranjas y la estatua.
-Voy a hacer el árbol de
naranjas y la mujer ésa-le digo a Marga mientras pienso que sus botanguitas a
cuadros azules y blancas son tan lindas como para pintarlas.
La acuarela da unos
colores mucho más claritos que la realidad, no me sale como quiero. Se nota el
lápiz. No me está gustando.
Miro para arriba,se
acerca un grupo de gitanas, los vestidos son de colores muy brillantes, gasas
amarillas, rosas, verdes. Son como seis, hay algunas nenitas con vestidos
iguales pero chiquitos. Pero hay una que no es una nena…saco la vista y viene
el temblor de nuevo, me sube mucho calor, aunque esta vez es un poco más suave.
Trato de concentrarme en el dibujo. Para colmo las gitanas nos empiezan a
rodear.
Una voz como disco de
muñeca me habla por detrás del hombro. Me doy vuelta y veo una cara ancha que
mira mi dibujo: estoy temblando pero tengo que responderle: -Perdón, no te
escuché-le digo.
-Que está muy lindo el
mandarino, dan ganas de comer la fruta-Habla como una española.
Ella tiene ojos verdes y
perfume dulce. Su frente es enorme, pero sus ojos son muy brillantes. Por mi
cabeza pasa la cara de Hugo ¿No me vas a querer si soy un enanito?
No sé qué hacer. ¿Qué
hago? Marga la mira y le dice -¿querés dibujar?
-No, me tengo que ir.
¿Te puedo decir cómo va a ser tu suerte? -Me dice.
-No tenemos plata -le
dice Marga mientras pinta una rama de su árbol con mucho cuidado.
-No importa ¿Me das la
mano? -me la agarra con cuidado.
Sus ojos miran para
abajo y parecen cerrados. Nunca vi un enano tan de cerca, el calor se va yendo,
ella sigue hablando y dice la palabra fortuna a cada rato mientras me acaricia
la mano abierta hacia arriba. Mi papá vino a buscarme, lo veo por allá lejos.
Volvemos a casa. Tengo
el tercer premio del concurso de pintura. Un juego del cerebro mágico.
Sábado a la noche. El
piso de lajas enceradas refleja los zapatos de todos los que tienen copas en la
mano y bocaditos esa noche en lo de Barzone.
La gente habla fuerte.
Van a tocar la guitarra. Todos se acercan a los acordes. Avanzo despacio. Me
abro paso entre la gente, con mi hermanita de la mano, Los zapatitos de nena,
como los míos, cuelgan de la sillita. Intento pasar con la mirada en el piso,
pero al acercarme levanto la vista, la miro y le digo
-Hola.
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